— ¿Quién
quiere leer ahora? — preguntó Zeus.
— Yo leeré—
dijo Poseidón.
Cuando Atenea le pasó el libro al dios del
mar, las manos de ambos se rozaron y los dos hicieron una mueca.
Tres
ancianas tejiendo los calcetines de la muerte— leyó el dios
— ¡Oh, vamos!—se quejó Poseidón—. ¿Tenían que
ser calcetines de la muerte? ¿No podían ser lindos suéteres rosados o un
gorrito amarillo?
— ¿Gorritos amarillos? ¿Suéteres rosados?—
repitió Ares, incrédulo—. La paternidad te ha vuelto un poco afeminado, tío P.
Al instante, Ares fue bañado por el océano
Atlántico.
Yo estaba acostumbrado a esas
ocasionales experiencias extrañas.
— Igual que
todos— dijeron los mestizos a coro.
Pero usualmente terminaban rápido.
— Igual que
las de todos— acotó Leo— lo máximo es de 24 horas.
— De hecho—
dijo Thalia— las mías duraban más que eso. Era horrible.
— Las mías
también— secundó Nico—. Pero Bianca era de gran ayuda— añadió bajito,
entristecido por su hermana.
Hades lo escuchó
y lo miró preocupado, él había asumido que su hija no estaba presente porque no
era tan importante en la historia, pero la cara de Nico sugería que algo
terrible le había pasado a Bianca, la desesperación invadió al dios, ¿dónde
estaba su hija?
Esta alucinación veinticuatro horas al
día, siete días a la semana, era más de lo que podía manejar.
— Pobre
Percy— suspiró Pipper.
Jason
apretó los dientes, furioso. Pero era
obvio— se dijo—. Percy es, al fin y
al cabo, el héroe del Olimpo.
Afrodita
miró a su hija y a Jason. ¿Un triángulo
amoroso, tal vez?— pensó complacida.
Annabeth miró
a Pipper recelosa. ¿A Pipper le gusta
Percy?— pensó preocupada. Esperaba que no, Pipper se había convertido en
una gran amiga para ella, no quería que eso cambiara.
Poseidón
miró a la hija de Afrodita con una sonrisa, la aprobaba como nuera, Afrodita le
caía bien.
Pipper estaba
preocupada, tanto tiempo escuchar a Annabeth hablar de él, la había hecho
llegar a considerar a Percy un amigo, y no le gustaba que sus amigos la pasaran
mal.
Durante el resto del curso, el colegio
entero pareció estar jugando una especie de truco conmigo.
— Es
horrible cuando eso pasa— murmuró Jason, que había sido víctima de las bromas
de la cabaña de Hermes.
Los estudiantes se comportaban como si
estuvieran convencidos de que la señora Kerr —una rubia alegre que no había
visto en mi vida hasta que subió al autobús al final de aquella excursión— era
nuestra profesora de introducción al álgebra desde Navidad.
— Es por la
niebla— dijo Atenea, en un tono que daba a entender que Percy era idiota por no
darse cuenta.
— Él no
sabía que era mestizo— repuso Poseidón en el mismo tono, ocasionando la risa de
todos en la sala.
De vez en cuando yo sacaba una
referencia a la señora Dods, buscando pillarlos en falso.
— Algo
inteligente— elogió Hermes
Apolo
asintió de acuerdo.
Pero se quedaban mirándome como si estuviera
loco.
— Bueno, a
juzgar por algunos de sus planes, yo no rebatiría esa teoría— dijeron Thalia y
Nico con una sonrisa nostálgica.
Hasta el punto de que casi acabé
creyéndoles: la señora Dods nunca había existido.
— Casi—
susurró Poseidón.
Casi.
El dios
sonrió por la coincidencia.
— Cincuenta
dracmas a que es por Grover— propuso Hermes mirando a Apolo
— Tío,
hasta yo sé que es por Grover— rebatió Apolo con una sonrisa ladeada.
Grover no podía engañarme.
Hermes y
Apolo se miraron sonrientes.
Cuando le mencionaba el nombre Dods,
vacilaba una fracción de segundo antes de asegurar que no existía.
— Grover—
se quejó Hermes— tienes que aprender a mentir— añadió sin mirar a nadie en
particular.
Pero yo sabía que mentía.
Hermes resopló
murmurando algo sobre sátiros sin habilidades mentirosásticas.
Algo estaba pasando. Algo había
ocurrido en el museo.
Poseidón
miró al suelo, era su culpa que su hijo haya estado en peligro, al ser uno de
los tres grandes, su olor era más fuerte para los monstruos.
No tenía demasiado tiempo para pensar
en ello durante el día, pero por la noche las terribles visiones de la señora
Dods con garras y alas de cuero me despertaban entre sudores fríos.
Annabeth,
Thalia y Nico se estremecieron
— Las
pesadillas de Percy son las peores, más vívidas que las de cualquiera de
nosotros— explicó Nico ante la mirada interrogante de los dioses.
El clima seguía enloquecido
Hera gruñó,
su estúpido marido y sus dos tontos hermanos peleando, de nuevo.
Cosa que no mejoraba mi ánimo.
Hera volvió
a gruñir.
Una noche, una tormenta reventó las
ventanas de mi habitación. Unos días más tarde, el mayor tornado que se
recuerda en el valle del Hudson pasó a sólo ochenta kilómetros de la academia
Yancy. Uno de los sucesos de actualidad que estudiamos en la clase de sociales
fue el inusual número de aviones caídos en el Atlántico aquel año.
Esta vez,
no solo Hera gruñó, sino que fue acompañada por Démeter y Hestia.
Los tres
grandes se estremecieron ante la ira de sus hermanas.
Empecé a sentirme malhumorado e
irritable la mayor parte del tiempo.
— Algo
comprensible— murmuró Thalia
Mis notas bajaron de insuficiente a muy
deficiente.
Annabeth
hizo una mueca mientras Atenea miraba al libro horrorizada.
Me peleé más con Nancy Bobofit y sus
amigas
Ares
sonrió, él amaba las peleas, pero sólo las que tenían sentido, y cualquier
pelea contra esa chiquilla insufrible tenía sentido.
Y en casi todas las clases acababa castigado
en el pasillo.
Apolo y
Hermes chocaron las manos.
Al final, cuando el profesor de inglés,
el señor Nicoll me preguntó por millonésima vez cómo podía ser tan perezoso que
ni siquiera estudiaba para los exámenes de deletrear, salté. Le llamé viejo
borrachín.
Annabeth
rompió a reír ante la mirada confundida de los demás en la sala, salvo Atenea.
No estaba seguro de qué significaba,
pero sonaba bien.
— Suena
bien— coincidió Apolo.
— Pero,
¿qué significa?— preguntó Hermes.
— Quiere
decir viejo borracho— explicó
Annabeth.
Todos en la
sala rompieron a reír salvo Atenea y Artemisa, a ninguna le terminaba de caer
bien el hijo de Poseidón.
A la semana siguiente el director envió
una carta a mi madre
Poseidón
sonrió al recordar a Sally.
Dándole así rango oficial: el próximo
año no sería invitado a volver a matricularme en la academia Yancy.
— Ellos se
lo pierden— refunfuñó Poseidón para sorpresa de Jason quien, al ser romano,
siempre había considerado al dios del mar un dios cruel y despiadado.
«Mejor —me dije—. Mejor.»
— Exacto
hijo— dijo Poseidón— así es mejor, busca una escuela donde sí te aprecien.
Estaba nostálgico.
Poseidón y
Annabeth hicieron una mueca.
Quería estar con mi mamá
— Awww—
arrullaron Hestia, Démeter, Afrodita, Pipper e incluso Hera.
Sí, a ella
no solían gustarle los semidioses, pero el hijo de Poseidón era diferente, ella
lo intuía.
En nuestro pequeño apartamento en el extremo
este de la ciudad
Poseidón
apretó los dientes, Sally y Percy no deberían vivir en un pequeño apartamento
en el extremo este de la ciudad, deberían estar con él en un hermoso palacio
submarino, si tan solo su hermosa Sally hubiera aceptado.
Aunque tuviera que ir al colegio
público y soportar a mi detestable padrastro y sus estúpidas partidas de
póquer.
¿Padrastro? ¿Su Sally se había vuelto a casar?— Pensó Poseidón molesto ante esa probabilidad.
— ¿Paul
juega al póquer?— preguntaron Thalia y Nico a coro.
— ¿Quién es
Paul?— preguntó Poseidón con una voz que hizo estremecerse a los semidioses y
sonreír a Afrodita
Poseidón está celoso— canturreó en su mente
Nadie le
respondió a Thalia, Nico o Poseidón.
No obstante, había cosas de Yancy
que echaría de menos. La vista de los bosques desde la ventana de mi dormitorio,
el río Hudson en la distancia, el aroma a pinos.
— Con esos
pensamientos, normal que su mejor amigo sea un sátiro— dijo Dionisio.
Echaría de menos a Grover, que había
sido un buen amigo, aunque fuera un poco raro; me preocupaba cómo sobreviviría
el año siguiente sin mí.
— Es un
buen amigo— sonrieron Démeter y Hestia.
También echaría de menos la clase de
latín: las locas competiciones del señor Brunner y su fe en que yo podía
hacerlo bien.
Quirón
sonrió.
Se acercaba la semana de exámenes, y
sólo estudié para su asignatura.
Quirón
volvió a sonreír mientras Atenea y Annabeth hacían una mueca
No había olvidado lo que Brunner me
había dicho sobre que aquella asignatura era para mí una cuestión de vida o
muerte. No sabía muy bien por qué, pero el caso es que empecé a creerlo.
— Muy bien
hijo, hazle caso a Quirón— dijo Poseidón.
La noche antes de mi examen final, me
sentí tan frustrado que lancé mi Guía de Cambridge de mitología griega al otro
lado del dormitorio.
— ¡Esa no
es manera de tratar a un libro! — chilló Atenea, molestísima.
Las palabras habían empezado a saltar fuera de
la página, a dar vueltas en mi cabeza y realizar giros chirriantes como si
montaran en monopatín.
— Odio
cuando eso pasa— bufó Pipper.
No había manera de recordar la
diferencia entre Quirón y Caronte,
— Ahora sí
lo sabe— acotó Annabeth.
— Por
experiencia propia— añadió Thalia, logrando que Poseidón empalideciera.
Entre Polidectes y Polideuces. ¿Y conjugar los
verbos latinos? Imposible.
— Ahora se
le da mejor, pero tuvo ayuda— dijo Nico sonriéndole a Annabeth, quien se
sonrojó furiosamente.
Me paseé por la habitación a zancadas,
como si tuviera hormigas dentro de la camisa.
Hermes
sonrió, esa sería una buena broma.
Recordé la seria expresión de Brunner,
su mirada de mil años.
— Creo que
te han dicho viejo, Quirón— dijeron Hermes y Apolo entre risas.
«Sólo voy a aceptar de ti lo mejor, Percy
Jackson.»
— Sólo le
exijo lo que es capaz de dar— dijo Quirón para deleite de Poseidón, quien tosió
algo parecido a cof-cof-mi-hijo-es-el-mejor-cof-cof.
Zeus lo
miró enfurruñado
Respiré hondo y recogí el libro de
mitología.
Atenea
sonrió.
Nunca le había pedido ayuda a un
profesor.
— Y no
tienes por qué romper ese récord— se quejaron Apolo y Hermes a coro.
Tal
vez si hablaba con Brunner, podría darme unas pistas. Por lo menos tendría
ocasión de disculparme por el muy deficiente que iba a sacar en su examen. No
quería abandonar la academia Yancy y que él pensara que no lo había intentado.
Quirón
sonrió con cariño.
Bajé hasta los despachos de los
profesores. La mayoría se encontraban vacíos y a oscuras, pero la puerta del
señor Brunner estaba entreabierta y la luz se derramaba por el pasillo.
Estaba a tres pasos de la puerta cuando
oí voces dentro. Brunner formuló una pregunta y la inconfundible voz de Grover respondió
“… preocupado por Percy, señor”.
— Ah,
espionaje— dijo Hermes, encantado
Me quedé inmóvil. No acostumbro escuchar
detrás de las puertas
— Muy mal
Percy, muy mal— regañó Hermes con voz severa.
Pero a ver quién es capaz de no hacerlo
cuando oyes a tu mejor amigo hablar de ti con un adulto.
— Él tiene
un punto— murmuró Démeter.
Me acerqué más, centímetro a
centímetro. “… solo este verano” decía Grover. “Quiero decir, ¡hay una Benévola
en la escuela! Ahora que lo sabemos seguro, y ellos lo saben también…”
— No
entiendo— se quejó Zeus con un puchero ante la estupefacción de Jason.
— Eso no es
novedad— dijeron Hades y Poseidón en un susurro audible.
“Si lo presionamos tan sólo empeoraremos
las cosas” respondió Brunner. “Necesitamos que el chico madure más”.
— Si
hubiéramos esperado, ya todos estaríamos muertos— acotó Nico
— No
adelantes los hechos, aliento de zombi— regañó Thalia.
— Como
digas cara de pino— respondió Nico sonriéndole a su prima.
“Pero puede que no tenga tiempo. La
fecha límite del solsticio de verano…”
— Sigo sin
entender— Zeus tenía los brazos cruzados y hablaba con voz de niño berrinchudo.
— Sigue sin
ser una novedad— repitieron Hades y Poseidón.
“Tendremos que resolverlo sin Percy.
Déjalo que disfrute de su ignorancia mientras pueda”
Quirón
asintió de acuerdo consigo mismo.
“Señor, él la vio…”.
“Fue producto de su imaginación”
insistió Brunner. “La niebla sobre los estudiantes y el personal será
suficiente para convencerlo”.
— Casi.
Casi lo convenció— acotó Poseidón.
“Señor, yo… no puedo volver a fracasar
en mis obligaciones” la voz de Grover sonaba ahogada. “Usted sabe lo que eso significaría…”
“No has fallado, Grover”, repuso
Brunner con amabilidad. “Yo tendría que haberme dado cuenta de qué era. Ahora
preocupémonos sólo por mantener a Percy con vida hasta el próximo otoño…”
— Lo que,
teniendo en cuenta la suerte de Percy, es algo difícil— dijeron Thalia y Nico
mientras Annabeth resoplaba y Poseidón se ponía pálido.
El libro de mitología se me cayó de las
manos y resonó contra el suelo.
— No, Percy—
se lamentó Hermes.
El profesor se interrumpió de golpe y
se quedó callado.
Con el corazón desbocado, recogí el libro
y retrocedí por el pasillo. Una sombra cruzó el cristal iluminado de la puerta
del despacho, la sombra de algo mucho más alto que Brunner en su silla de
ruedas, con algo en la mano que se parecía sospechosamente a un arco.
— Acababa
de haber un ataque, necesitaba estar preparado— respondió Quirón a la respuesta
no formulada.
Abrí la puerta contigua y me escabullí
dentro.
— Bien,
Percy— se regocijó Hermes.
Al cabo de unos segundos oí un suave
clop, clop, clop, como de cascos amortiguados, seguidos de un sonido de animal
olisqueando
— Te
dijeron animal— se burló Apolo entre risas y carcajadas.
Justo delante de la puerta. Una silueta
grande y oscura se detuvo un momento delante del cristal, y prosiguió.
Una gota de sudor me resbaló por el
cuello.
En algún punto del pasillo el señor
Brunner empezó a hablar de nuevo. “Nada”, murmuró. “Mis nervios no son los que
eran desde el solsticio de invierno”.
— ¿Qué
habrá pasado en el solsticio de invierno? — se preguntaron los tres grandes.
Atenea
pensó en su teoría. El ladrón del rayo.
¿Podría ser posible?
“Los míos tampoco…”, repuso Grover. “Pero
habría jurado…”
“Vuelve al dormitorio”, le dijo Brunner.
“Mañana tienes un largo día de exámenes.”
— No se lo
recuerdes— gimió Leo.
“No me lo recuerde.”
— Pienso
igual que una cabra— Leo estaba horrorizado.
— Conozco
el sentimiento— se compadeció Nico
Las luces se apagaron en el despacho.
Esperé en la oscuridad lo que pareció
una eternidad.
Hermes
asintió.
— Hay que
esperar que se vayan los posibles testigos— susurró el dios.
Al final, salí de nuevo al pasillo y
volví al dormitorio. Grover estaba tumbado en la cama, estudiando sus apuntes
de latín como si hubiera pasado allí toda la noche.
“Eh”, me dijo con cara de sueño. “¿Estás
listo para el examen?”
No respondí.
“Tienes un aspecto horrible”
Annabeth
frunció el ceño, Percy nunca tenía un aspecto horrendo, su sesos de alga era
muy guapo
Frunció el ceño. “¿Va todo bien?”
“Sólo estoy… cansado”.
Me volví para ocultar mi expresión y me
acosté en mi cama.
— Eso no
sirve— dijo Dionisio— es un sátiro, igual sabrá cómo te sientes.
No comprendía qué había escuchado allí
abajo. Quería creer que me lo había imaginado todo.
Pero una cosa estaba clara: Grover y el
señor Brunner estaban hablando de mí a mis espaldas.
Pensaban que corría algún tipo de peligro.
Poseidón gimió, su hijo en peligro no era algo que le gustara.
La tarde siguiente, cuando
abandonaba el examen de tres horas de latín, colapsado con todos los nombres
griegos y latinos que había escrito incorrectamente, el señor Brunner me llamó.
Por un momento temí que hubiese
descubierto que los había oído hablar la noche anterior, pero no era eso.
“Percy”, me dijo. “No te desanimes por
abandonar Yancy. Es… lo mejor.”
— Quirón—
regañó Afrodita— tienes que tener más tacto.
Su tono era amable, pero sus palabras
me resultaban embarazosas. Aunque hablaba en voz baja, los que terminaban el
examen podían oírlo. Nancy Bobofit me sonrió y me lanzó besitos sarcásticos.
Annabeth apretó
los dientes, no le gustaba que le lanzaran besitos a su novio, aunque fueran
sarcásticos.
“Vale, señor”, murmuré.
“Lo que quiero decir es que…” meció su
silla adelante y atrás, como inseguro respecto a lo que quería decir. “Verás,
éste no es el lugar adecuado para ti. Era sólo cuestión de tiempo.”
— Quirón—
el tono de Hestia era severo— debes aprender a tener más tacto.
Me escocían las mejillas.
— Marica—
se rió Ares, pero calló cuando fue bañado por el Océano Pacífico.
Allí estaba mi profesor favorito
Quirón sonrió.
Delante de la clase, diciéndome que no
podía con aquello. Después de repetirme durante todo el año que creía en mí,
ahora me salía con que estaba destinado a ser expulsado.
El centauro
hizo una mueca, Hestia y Afrodita tenían razón, debía tener más tacto.
“Vale”, le dije temblando.
“No, no me refiero a eso. Oh, lo
confundí todo. Lo que quiero decir es que… no eres normal, Percy. No pasa nada
por…”
— Quirón—
regañó esta vez y para sorpresa de muchos, Artemisa— haces sentir mal al pobre
niño.
Luego abrió
los ojos desmesuradamente, como si recién cayera en cuenta de los había dicho.
“Gracias”, le espeté. “Muchas gracias,
señor, por recordármelo”.
“Percy…”
Pero ya me había ido.
El último día del trimestre hice la
maleta.
Annabeth
sonrió, así era su Percy, siempre dejando las cosas para el final.
Sesos de alga—
pensó nostálgica.
Los otros chicos bromeaban, hablaban de
sus planes de vacaciones. Uno de ellos iba a hacer excursionismo en Suiza. Otro,
de crucero por el Caribe durante un mes.
— ¿No eran
delincuentes juveniles?— preguntó Jason.
No obtuvo
respuesta.
Eran delincuentes juveniles, como yo,
pero delincuentes juveniles ricos. Sus papás eran ejecutivos, o embajadores, o
famosos. Yo era un don nadie, surgido de una familia de don nadies.
— ¡Nosotros
no somos una familia de don nadie!— se quejaron todos los dioses a coro.
Me preguntaron qué pensaba hacer yo
aquel verano, y les respondí que volvía a la ciudad.
Me abstuve de mencionar que durante las
vacaciones necesitaría conseguir algún trabajo paseando perros o vendiendo
suscripciones de revistas, y pasar el tiempo libre preocupándome por si
encontraría escuela en otoño.
Poseidón
hizo una mueca.
Mi pobre Percy—
pensó entristecido.
“Ah”, dijo uno. “Eso es genial”.
Regresaron a sus conversaciones como si
yo nunca hubiese existido.
— Eso es
grosero— dijo Démeter con el ceño fruncido.
La única persona de la que temía
despedirme era Grover, pero luego no tuve que preocuparme: había reservado un
billete a Manhattan en el mismo autobús Greyhound que yo, así que allí
íbamos, otra vez camino de la ciudad.
— Grover
acosador Underwood— corearon Thalia y Nico con una sonrisa contagiosa.
Durante todo el viaje de autobús, Grover
no paró de escudriñar el pasillo todo el trayecto, observando al resto de los
pasajeros. Reparé entonces en que siempre se comportaba de manera nerviosa e
inquieta cuando abandonábamos Yancy, como si temiese que ocurriera algo malo.
Antes suponía que le preocupaba que se metieran con él, pero en aquel autobús
no iba nadie que pudiera meterse con él.
Al final no pude aguantarme y le dije:
“¿Buscas Benévolas?”
Apolo ahogó
una risa.
Buena esa primo—
pensó
Grover casi pega un brinco. “¿Qué… qué
quieres decir?”
Le confesé que los había escuchado
hablar la noche antes del examen.
— No Percy—
se lamentó Hermes— nunca confieses.
Le tembló un párpado. “¿Qué tanto oíste?”.
“Oh… no mucho. ¿Qué es la fecha límite
del solsticio de verano?”
Él hizo una mueca. “Mira, Percy… Sólo estaba
preocupado por ti. Ya sabes, por eso de que alucinas con profesoras de matemáticas
diabólicas…”
— No sabes
mentir, Grover— dijo Hermes negando con la cabeza.
“Grover…”
“Le dije al señor Brunner que a lo
mejor tenías demasiado estrés o algo así, porque no existe ninguna señora Dods,
y…”
“Grover, como mentiroso no te ganarías
la vida.”
— Mi punto—
dijo Hermes con una sonrisa.
Se le pusieron las orejas coloradas.
Sacó una tarjeta mugrienta del bolsillo
de su camisa. “Mira, toma esto, ¿de acuerdo? Por si me necesitas este verano”.
La tarjeta tenía una tipografía mortal
para mis ojos disléxicos
— Dionisio,
¿por qué usas ese tipo de letra? — demandó Ares.
— Me
divierte ver cómo se esfuerzan en descifrar lo que dice— respondió con un
encogimiento de hombros.
Pero al final conseguí entender algo
parecido a:
Grover Underwood
Guardián
Colina Mestiza
Long Island, Nueva York
(800)009-0009
“¿Qué es colina mes…?”
“¡No lo digas en voz alta!” gritó él. “Es
mi…dirección de verano”.
— Eso no le
caerá bien a Percy— murmuró Nico.
Menuda decepción. Grover tenía
residencia de verano. Nunca me había parado a pensar que su familia podía ser
tan rica como las demás de Yancy.
— Obviamente
somos ricos— se jactó Zeus— ¡Somos dioses!
“Vale”, contesté alicaído. “Ya sabes,
suena como… a invitación a visitar tu mansión”.
Asintió. “O por si me necesitas”.
“¿Por qué iba a necesitarte?”
— Eso fue
duro— dijo Annabeth con una mueca.
Lo pregunté con más rudeza de la que
pretendía.
Grover tragó saliva. “Mira, Percy, la
verdad es que yo… bien, digamos que tengo que protegerte”.
Lo miré fijamente, atónito.
Había pasado todo el año peleándome,
manteniendo a los abusones alejados de él. Había perdido el sueño preocupándome
por qué sería de él cuando yo no estuviera.
— Es un
buen amigo— dijeron Leo, Jason y Pipper a la vez.
Y allí estaba el muy caradura, comportándose
como si fuese mi protector.
— Lo es, de
hecho— dijo Atenea.
“Grover”, le dije, “¿de qué crees que
tienes que protegerme exactamente?”
Se produjo un súbito y chirriante
frenazo y empezó a salir un humo negro y acre del salpicadero. El conductor
maldijo a gritos y a duras penas logró detener el Greyhound en el arcén.
— Menuda
suerte— gimió Poseidón.
Bajó presuroso y se puso a aporrear y
toquetear el motor, pero al cabo de unos minutos anunció que teníamos que bajar.
Grover y yo salimos con todos los demás.
Nos hallábamos en mitad de una carretera
normal y corriente: un lugar en el que nadie se fijaría de no sufrir una
avería.
En nuestro lado de la carretera sólo
había arces y los desechos arrojados por los coches.
Démeter
hizo una mueca y anotó mentalmente que debía limpiar eso apenas tuviera
oportunidad.
En el otro lado, cruzando los cuatro carriles
de asfalto resplandeciente por el calor de la tarde, un puesto de frutas de los
de antes.
— ¿Un
puesto de frutas en un lugar en el que nadie se fijaría de no sufrir una
avería? — murmuró Poseidón, escéptico.
La mercancía tenía una pinta fenomenal:
cajas de cerezas rojas como la sangre, y manzanas, nueces y albaricoques, jarras
de sidra y una bañera con patas de garra llena de hielo. No había clientes,
sólo tres ancianas sentadas en mecedoras a la sombra de un arce, tejiendo el
par de calcetines más grande que he visto nunca.
Todos se quedaron callados, a Poseidón se le
cayó el libro de las manos mientras su rostro iba perdiendo el color.
Lentamente, el dios recogió el libro y volvió
a leer.
Me refiero a que tenían el tamaño de suéteres,
pero eran claramente calcetines. La de la derecha tejía uno; la de la izquierda,
otro. La del medio sostenía una enorme cesta de lana azul eléctrico.
— No, no,
no, no— Poseidón estaba pálido y murmuraba en griego antiguo lo que los
semidioses estaban seguros, eran maldiciones.
Las tres eran ancianas, de rostro
pálido y arrugado como fruta seca, pelo argentado recogido con cintas blancas y
brazos huesudos que sobresalían de raídas túnicas de algodón.
Lo más raro fue que parecían estar
mirándome fijamente.
Poseidón se
trabó con sus propias palabras.
Mi hijo, no, mi hijo no— pensó desesperado.
Me volví hacia Grover para comentárselo
y vi que había palidecido. Tenía un tic en la nariz.
“¿Grover?”, le dije. “Hey hombre…”
“Dime que no te están mirando. No te
están mirando, ¿verdad?”
“Pues sí. Raro, ¿eh? ¿Crees que me irán
bien los calcetines?”
— No es
gracioso Perseo— rugieron Annabeth y Poseidón ante la mirada horrorizada de
Atenea.
“No tiene gracia, Percy. Ninguna
gracia.”
— Ninguna—
confirmaron Thalia y Nico muy serios.
La anciana del medio sacó unas tijeras
enormes, de plata y oro y los filos largos, como una podadora. Grover contuvo
el aliento.
Al igual
que todos en la sala de tronos.
“Subamos al autobús”, me dijo. “Vamos”.
— Hazle
caso— suplicó Poseidón.
“¿Qué?”, repliqué. “Ahí dentro hace mil
grados.”
“¡Vamos!” Abrió la puerta y subió, pero
yo me quedé atrás.
— No—
gimieron Pipper, Leo y Jason.
Al otro lado de la carretera, las
ancianas seguían mirándome. La del medio cortó el hilo, y juro que oí el
chasquido de las tijeras pese a los cuatro carriles de tráfico.
El silencio reinó en la sala.
— Señor
Poseidón— murmuró Annabeth tímidamente— no debería decirle esto, pero no se
preocupe, el hilo, no era por Percy, era por otra persona.
El dios
miró a Annabeth agradecido y le sonrió antes de volver a leer.
Sus dos amigas hicieron una bola con
los calcetines azul eléctrico, y me dejaron con la duda de para quién serían:
si para un Pie Grande o para Godzilla.
La sala
explotó en risas, ahora que sabían que el hilo no era por Percy, podían
respirar tranquilos.
En la trasera del autobús, el conductor
arrancó un trozo de metal humeante del compartimiento del motor. Luego le dio
al arranque. El vehículo se estremeció y, por fin, el motor resucitó con un
rugido.
— Ahora lo
arregla— refunfuñó Poseidón, algo molesto.
Los pasajeros vitorearon.
“¡Bien, maldita sea!”, exclamó el conductor,
y golpeó el autobús con su gorra. “¡Todo el mundo arriba!”
En cuanto nos pusimos en marcha empecé
a sentirme enfermo, como si hubiera contraído la gripe.
Poseidón
volvió a ponerse pálido, pero una mirada de Annabeth lo tranquilizó.
Sería una buena nuera— pensó—. Claro,
si no fuera hija de la cara de búho.
Grover no tenía mejor aspecto: temblaba
y le castañeteaban los dientes.
“¿Grover?”
“¿Sí?”
“¿Qué es lo que no me has contado?”
— Todo—
bufaron Hermes y Apolo al unísono
Se secó la frente con la manga de la camisa.
“Percy, ¿qué has visto en el puesto de frutas?”
“¿Te refieres a las ancianas? ¿Qué les
pasa? No son como la señora Dods, ¿verdad?
— Son mucho
peor— susurraron los dioses a una sola voz.
Su expresión era difícil de interpretar,
pero me dio la sensación de que las mujeres del puesto de frutas eran algo
mucho, mucho peor que la señora Dods.
“Dime sólo lo que viste”, insistió.
“La de en medio sacó unas tijeras y
cortó el hilo”.
Cerró los ojos e hizo un gesto con los
dedos que habría podido ser una señal de la cruz, pero no lo era. Era otra
cosa, algo como… más antiguo.
Poseidón
asintió, conforme con el actuar del sátiro.
“¿La has visto cortar el hilo?”
“Sí. ¿Por qué?”. Pero incluso cuando lo
estaba diciendo, sabía que pasaba algo.
“Ojalá esto no estuviese ocurriendo”
—murmuró Grover, y empezó a mordisquearse el pulgar. “No quiero que sea como la
última vez”.
“¿Qué última vez?”
“Siempre en sexto. Nunca pasan de sexto”.
— Lo va a
asustar— se quejaron Annabeth y Pipper a la vez, para gran molestia de Jason.
“Grover”, repuse, empezando a asustarme
de verdad, “¿de qué diablos estás hablando?”
“Déjame que te acompañe hasta tu casa.
Promételo”.
— Sí,
promételo— indicó Poseidón, como si Percy estuviera presente.
Me pareció una petición extraña, pero
lo prometí.
Poseidón
asintió conforme.
“¿Es como una superstición o algo así?”,
pregunté.
No obtuve respuesta.
“Grover, el hilo que la anciana cortó…
¿significa que alguien va a morir?”
— Lastimosamente,
así es— dijo Zeus con una mueca.
Su mirada estaba cargada de aflicción, como si
ya estuviera eligiendo las flores para mi ataúd.
— Ese es el
final del capítulo— anunció Poseidón con un suspiro.
— Yo quiero
leer— anunció Démeter con una sonrisa.