domingo, 26 de enero de 2014

Tres ancianas tejiendo los calcetines de la muerte


— ¿Quién quiere leer ahora? — preguntó Zeus.

— Yo leeré— dijo Poseidón.

Cuando Atenea le pasó el libro al dios del mar, las manos de ambos se rozaron y los dos hicieron una mueca.

Tres ancianas tejiendo los calcetines de la muerte— leyó el dios

— ¡Oh, vamos!—se quejó Poseidón—. ¿Tenían que ser calcetines de la muerte? ¿No podían ser lindos suéteres rosados o un gorrito amarillo?

— ¿Gorritos amarillos? ¿Suéteres rosados?— repitió Ares, incrédulo—. La paternidad te ha vuelto un poco afeminado, tío P.

Al instante, Ares fue bañado por el océano Atlántico.

Yo estaba acostumbrado a esas ocasionales experiencias extrañas.

— Igual que todos— dijeron los mestizos a coro.

Pero usualmente terminaban rápido.

— Igual que las de todos— acotó Leo— lo máximo es de 24 horas.

— De hecho— dijo Thalia— las mías duraban más que eso. Era horrible.

— Las mías también— secundó Nico—. Pero Bianca era de gran ayuda— añadió bajito, entristecido por su hermana.

Hades lo escuchó y lo miró preocupado, él había asumido que su hija no estaba presente porque no era tan importante en la historia, pero la cara de Nico sugería que algo terrible le había pasado a Bianca, la desesperación invadió al dios, ¿dónde estaba su hija?

Esta alucinación veinticuatro horas al día, siete días a la semana, era más de lo que podía manejar.

— Pobre Percy— suspiró Pipper.

Jason apretó los dientes, furioso. Pero era obvio— se dijo—. Percy es, al fin y al cabo, el héroe del Olimpo.

Afrodita miró a su hija y a Jason. ¿Un triángulo amoroso, tal vez?— pensó complacida.

Annabeth miró a Pipper recelosa. ¿A Pipper le gusta Percy?— pensó preocupada. Esperaba que no, Pipper se había convertido en una gran amiga para ella, no quería que eso cambiara.

Poseidón miró a la hija de Afrodita con una sonrisa, la aprobaba como nuera, Afrodita le caía bien.

Pipper estaba preocupada, tanto tiempo escuchar a Annabeth hablar de él, la había hecho llegar a considerar a Percy un amigo, y no le gustaba que sus amigos la pasaran mal.

Durante el resto del curso, el colegio entero pareció estar jugando una especie de truco conmigo.

— Es horrible cuando eso pasa— murmuró Jason, que había sido víctima de las bromas de la cabaña de Hermes.

Los estudiantes se comportaban como si estuvieran convencidos de que la señora Kerr —una rubia alegre que no había visto en mi vida hasta que subió al autobús al final de aquella excursión— era nuestra profesora de introducción al álgebra desde Navidad.

— Es por la niebla— dijo Atenea, en un tono que daba a entender que Percy era idiota por no darse cuenta.

— Él no sabía que era mestizo— repuso Poseidón en el mismo tono, ocasionando la risa de todos en la sala.

De vez en cuando yo sacaba una referencia a la señora Dods, buscando pillarlos en falso.

— Algo inteligente— elogió Hermes

Apolo asintió de acuerdo.

Pero se quedaban mirándome como si estuviera loco.

— Bueno, a juzgar por algunos de sus planes, yo no rebatiría esa teoría— dijeron Thalia y Nico con una sonrisa nostálgica.

Hasta el punto de que casi acabé creyéndoles: la señora Dods nunca había existido.

— Casi— susurró Poseidón.

Casi.

El dios sonrió por la coincidencia.

— Cincuenta dracmas a que es por Grover— propuso Hermes mirando a Apolo

— Tío, hasta yo sé que es por Grover— rebatió Apolo con una sonrisa ladeada.

Grover no podía engañarme.

Hermes y Apolo se miraron sonrientes.

Cuando le mencionaba el nombre Dods, vacilaba una fracción de segundo antes de asegurar que no existía.

— Grover— se quejó Hermes— tienes que aprender a mentir— añadió sin mirar a nadie en particular.

Pero yo sabía que mentía.

Hermes resopló murmurando algo sobre sátiros sin habilidades mentirosásticas.

Algo estaba pasando. Algo había ocurrido en el museo.

Poseidón miró al suelo, era su culpa que su hijo haya estado en peligro, al ser uno de los tres grandes, su olor era más fuerte para los monstruos.

No tenía demasiado tiempo para pensar en ello durante el día, pero por la noche las terribles visiones de la señora Dods con garras y alas de cuero me despertaban entre sudores fríos.

Annabeth, Thalia y Nico se estremecieron

— Las pesadillas de Percy son las peores, más vívidas que las de cualquiera de nosotros— explicó Nico ante la mirada interrogante de los dioses.

El clima seguía enloquecido

Hera gruñó, su estúpido marido y sus dos tontos hermanos peleando, de nuevo.

Cosa que no mejoraba mi ánimo.

Hera volvió a gruñir.

Una noche, una tormenta reventó las ventanas de mi habitación. Unos días más tarde, el mayor tornado que se recuerda en el valle del Hudson pasó a sólo ochenta kilómetros de la academia Yancy. Uno de los sucesos de actualidad que estudiamos en la clase de sociales fue el inusual número de aviones caídos en el Atlántico aquel año.

Esta vez, no solo Hera gruñó, sino que fue acompañada por Démeter y Hestia.

Los tres grandes se estremecieron ante la ira de sus hermanas.

 Empecé a sentirme malhumorado e irritable la mayor parte del tiempo.

— Algo comprensible— murmuró Thalia

 Mis notas bajaron de insuficiente a muy deficiente.

Annabeth hizo una mueca mientras Atenea miraba al libro horrorizada.

Me peleé más con Nancy Bobofit y sus amigas

Ares sonrió, él amaba las peleas, pero sólo las que tenían sentido, y cualquier pelea contra esa chiquilla insufrible tenía sentido.

 Y en casi todas las clases acababa castigado en el pasillo.

Apolo y Hermes chocaron las manos.

Al final, cuando el profesor de inglés, el señor Nicoll me preguntó por millonésima vez cómo podía ser tan perezoso que ni siquiera estudiaba para los exámenes de deletrear, salté. Le llamé viejo borrachín. 

Annabeth rompió a reír ante la mirada confundida de los demás en la sala, salvo Atenea.

No estaba seguro de qué significaba, pero sonaba bien.

— Suena bien— coincidió Apolo.

— Pero, ¿qué significa?— preguntó Hermes.

— Quiere decir viejo borracho— explicó Annabeth.

Todos en la sala rompieron a reír salvo Atenea y Artemisa, a ninguna le terminaba de caer bien el hijo de Poseidón.

A la semana siguiente el director envió una carta a mi madre

Poseidón sonrió al recordar a Sally.

Dándole así rango oficial: el próximo año no sería invitado a volver a matricularme en la academia Yancy.

— Ellos se lo pierden— refunfuñó Poseidón para sorpresa de Jason quien, al ser romano, siempre había considerado al dios del mar un dios cruel y despiadado.

«Mejor —me dije—. Mejor.»

— Exacto hijo— dijo Poseidón— así es mejor, busca una escuela donde sí te aprecien.

Estaba nostálgico.

Poseidón y Annabeth hicieron una mueca.

Quería estar con mi mamá

— Awww— arrullaron Hestia, Démeter, Afrodita, Pipper e incluso Hera.

Sí, a ella no solían gustarle los semidioses, pero el hijo de Poseidón era diferente, ella lo intuía.

 En nuestro pequeño apartamento en el extremo este de la ciudad

Poseidón apretó los dientes, Sally y Percy no deberían vivir en un pequeño apartamento en el extremo este de la ciudad, deberían estar con él en un hermoso palacio submarino, si tan solo su hermosa Sally hubiera aceptado.

Aunque tuviera que ir al colegio público y soportar a mi detestable padrastro y sus estúpidas partidas de póquer.

¿Padrastro? ¿Su Sally se había vuelto a casar?— Pensó Poseidón molesto ante esa probabilidad.

— ¿Paul juega al póquer?— preguntaron Thalia y Nico a coro.

— ¿Quién es Paul?— preguntó Poseidón con una voz que hizo estremecerse a los semidioses y sonreír a Afrodita

 Poseidón está celoso— canturreó en su mente

Nadie le respondió a Thalia, Nico o Poseidón.

 No obstante, había cosas de Yancy que echaría de menos. La vista de los bosques desde la ventana de mi dormitorio, el río Hudson en la distancia, el aroma a pinos.

— Con esos pensamientos, normal que su mejor amigo sea un sátiro— dijo Dionisio.

Echaría de menos a Grover, que había sido un buen amigo, aunque fuera un poco raro; me preocupaba cómo sobreviviría el año siguiente sin mí.

— Es un buen amigo— sonrieron Démeter y Hestia.

También echaría de menos la clase de latín: las locas competiciones del señor Brunner y su fe en que yo podía hacerlo bien.

Quirón sonrió.

Se acercaba la semana de exámenes, y sólo estudié para su asignatura.

Quirón volvió a sonreír mientras Atenea y Annabeth hacían una mueca

No había olvidado lo que Brunner me había dicho sobre que aquella asignatura era para mí una cuestión de vida o muerte. No sabía muy bien por qué, pero el caso es que empecé a creerlo.

— Muy bien hijo, hazle caso a Quirón— dijo Poseidón.

La noche antes de mi examen final, me sentí tan frustrado que lancé mi Guía de Cambridge de mitología griega al otro lado del dormitorio.

— ¡Esa no es manera de tratar a un libro! — chilló Atenea, molestísima.

 Las palabras habían empezado a saltar fuera de la página, a dar vueltas en mi cabeza y realizar giros chirriantes como si montaran en monopatín.

— Odio cuando eso pasa— bufó Pipper.

No había manera de recordar la diferencia entre Quirón y Caronte,

— Ahora sí lo sabe— acotó Annabeth.

— Por experiencia propia— añadió Thalia, logrando que Poseidón empalideciera.

 Entre Polidectes y Polideuces. ¿Y conjugar los verbos latinos? Imposible.

— Ahora se le da mejor, pero tuvo ayuda— dijo Nico sonriéndole a Annabeth, quien se sonrojó furiosamente.

Me paseé por la habitación a zancadas, como si tuviera hormigas dentro de la camisa.

Hermes sonrió, esa sería una buena broma.

Recordé la seria expresión de Brunner, su mirada de mil años.

— Creo que te han dicho viejo, Quirón— dijeron Hermes y Apolo entre risas.

 «Sólo voy a aceptar de ti lo mejor, Percy Jackson.»

— Sólo le exijo lo que es capaz de dar— dijo Quirón para deleite de Poseidón, quien tosió algo parecido a cof-cof-mi-hijo-es-el-mejor-cof-cof.

Zeus lo miró enfurruñado

Respiré hondo y recogí el libro de mitología.

Atenea sonrió.

Nunca le había pedido ayuda a un profesor.

— Y no tienes por qué romper ese récord— se quejaron Apolo y Hermes a coro.

 Tal vez si hablaba con Brunner, podría darme unas pistas. Por lo menos tendría ocasión de disculparme por el muy deficiente que iba a sacar en su examen. No quería abandonar la academia Yancy y que él pensara que no lo había intentado.

Quirón sonrió con cariño.

Bajé hasta los despachos de los profesores. La mayoría se encontraban vacíos y a oscuras, pero la puerta del señor Brunner estaba entreabierta y la luz se derramaba por el pasillo.

Estaba a tres pasos de la puerta cuando oí voces dentro. Brunner formuló una pregunta y la inconfundible voz de Grover respondió “… preocupado por Percy, señor”.

— Ah, espionaje— dijo Hermes, encantado

Me quedé inmóvil. No acostumbro escuchar detrás de las puertas

— Muy mal Percy, muy mal— regañó Hermes con voz severa.

Pero a ver quién es capaz de no hacerlo cuando oyes a tu mejor amigo hablar de ti con un adulto.

— Él tiene un punto— murmuró Démeter.

Me acerqué más, centímetro a centímetro. “… solo este verano” decía Grover. “Quiero decir, ¡hay una Benévola en la escuela! Ahora que lo sabemos seguro, y ellos lo saben también…”

— No entiendo— se quejó Zeus con un puchero ante la estupefacción de Jason.

— Eso no es novedad— dijeron Hades y Poseidón en un susurro audible.

“Si lo presionamos tan sólo empeoraremos las cosas” respondió Brunner. “Necesitamos que el chico madure más”.

— Si hubiéramos esperado, ya todos estaríamos muertos— acotó Nico

— No adelantes los hechos, aliento de zombi— regañó Thalia.

— Como digas cara de pino— respondió Nico sonriéndole a su prima.

“Pero puede que no tenga tiempo. La fecha límite del solsticio de verano…”

— Sigo sin entender— Zeus tenía los brazos cruzados y hablaba con voz de niño berrinchudo.

— Sigue sin ser una novedad— repitieron Hades y Poseidón.

“Tendremos que resolverlo sin Percy. Déjalo que disfrute de su ignorancia mientras pueda”

Quirón asintió de acuerdo consigo mismo.

“Señor, él la vio…”.

“Fue producto de su imaginación” insistió Brunner. “La niebla sobre los estudiantes y el personal será suficiente para convencerlo”.

— Casi. Casi lo convenció— acotó Poseidón.

“Señor, yo… no puedo volver a fracasar en mis obligaciones” la voz de Grover sonaba ahogada. “Usted sabe lo que eso significaría…”

“No has fallado, Grover”, repuso Brunner con amabilidad. “Yo tendría que haberme dado cuenta de qué era. Ahora preocupémonos sólo por mantener a Percy con vida hasta el próximo otoño…”

— Lo que, teniendo en cuenta la suerte de Percy, es algo difícil— dijeron Thalia y Nico mientras Annabeth resoplaba y Poseidón se ponía pálido.

El libro de mitología se me cayó de las manos y resonó contra el suelo.

— No, Percy— se lamentó Hermes.

El profesor se interrumpió de golpe y se quedó callado.

Con el corazón desbocado, recogí el libro y retrocedí por el pasillo. Una sombra cruzó el cristal iluminado de la puerta del despacho, la sombra de algo mucho más alto que Brunner en su silla de ruedas, con algo en la mano que se parecía sospechosamente a un arco.

— Acababa de haber un ataque, necesitaba estar preparado— respondió Quirón a la respuesta no formulada.

Abrí la puerta contigua y me escabullí dentro.

— Bien, Percy— se regocijó Hermes.

Al cabo de unos segundos oí un suave clop, clop, clop, como de cascos amortiguados, seguidos de un sonido de animal olisqueando

— Te dijeron animal— se burló Apolo entre risas y carcajadas.

Justo delante de la puerta. Una silueta grande y oscura se detuvo un momento delante del cristal, y prosiguió.

Una gota de sudor me resbaló por el cuello.

En algún punto del pasillo el señor Brunner empezó a hablar de nuevo. “Nada”, murmuró. “Mis nervios no son los que eran desde el solsticio de invierno”.

— ¿Qué habrá pasado en el solsticio de invierno? — se preguntaron los tres grandes.

Atenea pensó en su teoría. El ladrón del rayo. ¿Podría ser posible?

“Los míos tampoco…”, repuso Grover. “Pero habría jurado…”

“Vuelve al dormitorio”, le dijo Brunner. “Mañana tienes un largo día de exámenes.”

— No se lo recuerdes— gimió Leo.

“No me lo recuerde.”

— Pienso igual que una cabra— Leo estaba horrorizado.

— Conozco el sentimiento— se compadeció Nico

Las luces se apagaron en el despacho.

Esperé en la oscuridad lo que pareció una eternidad.

Hermes asintió.

— Hay que esperar que se vayan los posibles testigos— susurró el dios.

Al final, salí de nuevo al pasillo y volví al dormitorio. Grover estaba tumbado en la cama, estudiando sus apuntes de latín como si hubiera pasado allí toda la noche.

“Eh”, me dijo con cara de sueño. “¿Estás listo para el examen?”

 No respondí.

“Tienes un aspecto horrible”

Annabeth frunció el ceño, Percy nunca tenía un aspecto horrendo, su sesos de alga era muy guapo

Frunció el ceño. “¿Va todo bien?”

“Sólo estoy… cansado”.

Me volví para ocultar mi expresión y me acosté en mi cama.

— Eso no sirve— dijo Dionisio— es un sátiro, igual sabrá cómo te sientes.

No comprendía qué había escuchado allí abajo. Quería creer que me lo había imaginado todo.

Pero una cosa estaba clara: Grover y el señor Brunner estaban hablando de mí a mis espaldas.

Pensaban que corría algún tipo de peligro.

Poseidón gimió, su hijo en peligro no era algo que le gustara.

 La tarde siguiente, cuando abandonaba el examen de tres horas de latín, colapsado con todos los nombres griegos y latinos que había escrito incorrectamente, el señor Brunner me llamó.

Por un momento temí que hubiese descubierto que los había oído hablar la noche anterior, pero no era eso.

“Percy”, me dijo. “No te desanimes por abandonar Yancy. Es… lo mejor.”

— Quirón— regañó Afrodita— tienes que tener más tacto.

Su tono era amable, pero sus palabras me resultaban embarazosas. Aunque hablaba en voz baja, los que terminaban el examen podían oírlo. Nancy Bobofit me sonrió y me lanzó besitos sarcásticos.

Annabeth apretó los dientes, no le gustaba que le lanzaran besitos a su novio, aunque fueran sarcásticos.

“Vale, señor”, murmuré.

“Lo que quiero decir es que…” meció su silla adelante y atrás, como inseguro respecto a lo que quería decir. “Verás, éste no es el lugar adecuado para ti. Era sólo cuestión de tiempo.”

— Quirón— el tono de Hestia era severo— debes aprender a tener más tacto.

 Me escocían las mejillas.

— Marica— se rió Ares, pero calló cuando fue bañado por el Océano Pacífico.

Allí estaba mi profesor favorito

Quirón sonrió.

Delante de la clase, diciéndome que no podía con aquello. Después de repetirme durante todo el año que creía en mí, ahora me salía con que estaba destinado a ser expulsado.

El centauro hizo una mueca, Hestia y Afrodita tenían razón, debía tener más tacto.

“Vale”, le dije temblando.

“No, no me refiero a eso. Oh, lo confundí todo. Lo que quiero decir es que… no eres normal, Percy. No pasa nada por…”

— Quirón— regañó esta vez y para sorpresa de muchos, Artemisa— haces sentir mal al pobre niño.

Luego abrió los ojos desmesuradamente, como si recién cayera en cuenta de los había dicho.

“Gracias”, le espeté. “Muchas gracias, señor, por recordármelo”.

“Percy…”

Pero ya me había ido.

El último día del trimestre hice la maleta.

Annabeth sonrió, así era su Percy, siempre dejando las cosas para el final.

Sesos de alga— pensó nostálgica.

Los otros chicos bromeaban, hablaban de sus planes de vacaciones. Uno de ellos iba a hacer excursionismo en Suiza. Otro, de crucero por el Caribe durante un mes.

— ¿No eran delincuentes juveniles?— preguntó Jason.

No obtuvo respuesta.

Eran delincuentes juveniles, como yo, pero delincuentes juveniles ricos. Sus papás eran ejecutivos, o embajadores, o famosos. Yo era un don nadie, surgido de una familia de don nadies.

— ¡Nosotros no somos una familia de don nadie!— se quejaron todos los dioses a coro.

Me preguntaron qué pensaba hacer yo aquel verano, y les respondí que volvía a la ciudad.

Me abstuve de mencionar que durante las vacaciones necesitaría conseguir algún trabajo paseando perros o vendiendo suscripciones de revistas, y pasar el tiempo libre preocupándome por si encontraría escuela en otoño.

Poseidón hizo una mueca.

Mi pobre Percy— pensó entristecido.

“Ah”, dijo uno. “Eso es genial”.

Regresaron a sus conversaciones como si yo nunca hubiese existido.

— Eso es grosero— dijo Démeter con el ceño fruncido.

La única persona de la que temía despedirme era Grover, pero luego no tuve que preocuparme: había reservado un billete a Manhattan en el mismo autobús Greyhound que yo, así que allí íbamos, otra vez camino de la ciudad.

— Grover acosador Underwood— corearon Thalia y Nico con una sonrisa contagiosa.

Durante todo el viaje de autobús, Grover no paró de escudriñar el pasillo todo el trayecto, observando al resto de los pasajeros. Reparé entonces en que siempre se comportaba de manera nerviosa e inquieta cuando abandonábamos Yancy, como si temiese que ocurriera algo malo. Antes suponía que le preocupaba que se metieran con él, pero en aquel autobús no iba nadie que pudiera meterse con él.

Al final no pude aguantarme y le dije:

“¿Buscas Benévolas?”

Apolo ahogó una risa.

Buena esa primo— pensó

Grover casi pega un brinco. “¿Qué… qué quieres decir?”

Le confesé que los había escuchado hablar la noche antes del examen.

— No Percy— se lamentó  Hermes— nunca confieses.

Le tembló un párpado. “¿Qué tanto oíste?”.

“Oh… no mucho. ¿Qué es la fecha límite del solsticio de verano?”

Él hizo una mueca. “Mira, Percy… Sólo estaba preocupado por ti. Ya sabes, por eso de que alucinas con profesoras de matemáticas diabólicas…”

— No sabes mentir, Grover— dijo Hermes negando con la cabeza.

“Grover…”

“Le dije al señor Brunner que a lo mejor tenías demasiado estrés o algo así, porque no existe ninguna señora Dods, y…”

“Grover, como mentiroso no te ganarías la vida.”

— Mi punto— dijo Hermes con una sonrisa.

Se le pusieron las orejas coloradas.

Sacó una tarjeta mugrienta del bolsillo de su camisa. “Mira, toma esto, ¿de acuerdo? Por si me necesitas este verano”.

La tarjeta tenía una tipografía mortal para mis ojos disléxicos

— Dionisio, ¿por qué usas ese tipo de letra? — demandó Ares.

— Me divierte ver cómo se esfuerzan en descifrar lo que dice— respondió con un encogimiento de hombros.

Pero al final conseguí entender algo parecido a:

Grover Underwood

Guardián

Colina Mestiza

Long Island, Nueva York

(800)009-0009

“¿Qué es colina mes…?”

“¡No lo digas en voz alta!” gritó él. “Es mi…dirección de verano”.

— Eso no le caerá bien a Percy— murmuró Nico.

Menuda decepción. Grover tenía residencia de verano. Nunca me había parado a pensar que su familia podía ser tan rica como las demás de Yancy.

— Obviamente somos ricos— se jactó Zeus— ¡Somos dioses!

“Vale”, contesté alicaído. “Ya sabes, suena como… a invitación a visitar tu mansión”.

Asintió. “O por si me necesitas”.

“¿Por qué iba a necesitarte?”

— Eso fue duro— dijo Annabeth con una mueca.

Lo pregunté con más rudeza de la que pretendía.

Grover tragó saliva. “Mira, Percy, la verdad es que yo… bien, digamos que tengo que protegerte”.

Lo miré fijamente, atónito.

Había pasado todo el año peleándome, manteniendo a los abusones alejados de él. Había perdido el sueño preocupándome por qué sería de él cuando yo no estuviera.

— Es un buen amigo— dijeron Leo, Jason y Pipper a la vez.

Y allí estaba el muy caradura, comportándose como si fuese mi protector.

— Lo es, de hecho— dijo Atenea.

“Grover”, le dije, “¿de qué crees que tienes que protegerme exactamente?”

Se produjo un súbito y chirriante frenazo y empezó a salir un humo negro y acre del salpicadero. El conductor maldijo a gritos y a duras penas logró detener el Greyhound en el arcén.

— Menuda suerte— gimió Poseidón.

Bajó presuroso y se puso a aporrear y toquetear el motor, pero al cabo de unos minutos anunció que teníamos que bajar. Grover y yo salimos con todos los demás.

Nos hallábamos en mitad de una carretera normal y corriente: un lugar en el que nadie se fijaría de no sufrir una avería.

En nuestro lado de la carretera sólo había arces y los desechos arrojados por los coches.

Démeter hizo una mueca y anotó mentalmente que debía limpiar eso apenas tuviera oportunidad.

 En el otro lado, cruzando los cuatro carriles de asfalto resplandeciente por el calor de la tarde, un puesto de frutas de los de antes.

— ¿Un puesto de frutas en un lugar en el que nadie se fijaría de no sufrir una avería? — murmuró Poseidón, escéptico.

La mercancía tenía una pinta fenomenal: cajas de cerezas rojas como la sangre, y manzanas, nueces y albaricoques, jarras de sidra y una bañera con patas de garra llena de hielo. No había clientes, sólo tres ancianas sentadas en mecedoras a la sombra de un arce, tejiendo el par de calcetines más grande que he visto nunca.

Todos se quedaron callados, a Poseidón se le cayó el libro de las manos mientras su rostro iba perdiendo el color.

Lentamente, el dios recogió el libro y volvió a leer.

Me refiero a que tenían el tamaño de suéteres, pero eran claramente calcetines. La de la derecha tejía uno; la de la izquierda, otro. La del medio sostenía una enorme cesta de lana azul eléctrico.

— No, no, no, no— Poseidón estaba pálido y murmuraba en griego antiguo lo que los semidioses estaban seguros, eran maldiciones.

Las tres eran ancianas, de rostro pálido y arrugado como fruta seca, pelo argentado recogido con cintas blancas y brazos huesudos que sobresalían de raídas túnicas de algodón.

Lo más raro fue que parecían estar mirándome fijamente.

Poseidón se trabó con sus propias palabras.

Mi hijo, no, mi hijo no— pensó desesperado.

Me volví hacia Grover para comentárselo y vi que había palidecido. Tenía un tic en la nariz.

“¿Grover?”, le dije. “Hey hombre…”

“Dime que no te están mirando. No te están mirando, ¿verdad?”

“Pues sí. Raro, ¿eh? ¿Crees que me irán bien los calcetines?”

— No es gracioso Perseo— rugieron Annabeth y Poseidón ante la mirada horrorizada de Atenea.

 “No tiene gracia, Percy. Ninguna gracia.”

— Ninguna— confirmaron Thalia y Nico muy serios.

La anciana del medio sacó unas tijeras enormes, de plata y oro y los filos largos, como una podadora. Grover contuvo el aliento.

Al igual que todos en la sala de tronos.

“Subamos al autobús”, me dijo. “Vamos”.

— Hazle caso— suplicó Poseidón.

“¿Qué?”, repliqué. “Ahí dentro hace mil grados.”

“¡Vamos!” Abrió la puerta y subió, pero yo me quedé atrás.

— No— gimieron Pipper, Leo y Jason.

Al otro lado de la carretera, las ancianas seguían mirándome. La del medio cortó el hilo, y juro que oí el chasquido de las tijeras pese a los cuatro carriles de tráfico.

El silencio reinó en la sala.

— Señor Poseidón— murmuró Annabeth tímidamente— no debería decirle esto, pero no se preocupe, el hilo, no era por Percy, era por otra persona.

El dios miró a Annabeth agradecido y le sonrió antes de volver a leer.

Sus dos amigas hicieron una bola con los calcetines azul eléctrico, y me dejaron con la duda de para quién serían: si para un Pie Grande o para Godzilla.

La sala explotó en risas, ahora que sabían que el hilo no era por Percy, podían respirar tranquilos.

En la trasera del autobús, el conductor arrancó un trozo de metal humeante del compartimiento del motor. Luego le dio al arranque. El vehículo se estremeció y, por fin, el motor resucitó con un rugido.

— Ahora lo arregla— refunfuñó Poseidón, algo molesto.

Los pasajeros vitorearon.

“¡Bien, maldita sea!”, exclamó el conductor, y golpeó el autobús con su gorra. “¡Todo el mundo arriba!”

En cuanto nos pusimos en marcha empecé a sentirme enfermo, como si hubiera contraído la gripe.

Poseidón volvió a ponerse pálido, pero una mirada de Annabeth lo tranquilizó.

Sería una buena nuera— pensó—. Claro, si no fuera hija de la cara de búho.

Grover no tenía mejor aspecto: temblaba y le castañeteaban los dientes.

“¿Grover?”

“¿Sí?”

“¿Qué es lo que no me has contado?”

— Todo— bufaron Hermes y Apolo al unísono

Se secó la frente con la manga de la camisa. “Percy, ¿qué has visto en el puesto de frutas?”

“¿Te refieres a las ancianas? ¿Qué les pasa? No son como la señora Dods, ¿verdad?

— Son mucho peor— susurraron los dioses a una sola voz.

Su expresión era difícil de interpretar, pero me dio la sensación de que las mujeres del puesto de frutas eran algo mucho, mucho peor que la señora Dods.

Dime sólo lo que viste”, insistió.

“La de en medio sacó unas tijeras y cortó el hilo”.

Cerró los ojos e hizo un gesto con los dedos que habría podido ser una señal de la cruz, pero no lo era. Era otra cosa, algo como… más antiguo.

Poseidón asintió, conforme con el actuar del sátiro.

“¿La has visto cortar el hilo?”

“Sí. ¿Por qué?”. Pero incluso cuando lo estaba diciendo, sabía que pasaba algo.

“Ojalá esto no estuviese ocurriendo” —murmuró Grover, y empezó a mordisquearse el pulgar. “No quiero que sea como la última vez”.

“¿Qué última vez?”

“Siempre en sexto. Nunca pasan de sexto”.

— Lo va a asustar— se quejaron Annabeth y Pipper a la vez, para gran molestia de Jason.

“Grover”, repuse, empezando a asustarme de verdad, “¿de qué diablos estás hablando?”

“Déjame que te acompañe hasta tu casa. Promételo”.

— Sí, promételo— indicó Poseidón, como si Percy estuviera presente.

Me pareció una petición extraña, pero lo prometí.

Poseidón asintió conforme.

“¿Es como una superstición o algo así?”, pregunté.

No obtuve respuesta.

“Grover, el hilo que la anciana cortó… ¿significa que alguien va a morir?”

— Lastimosamente, así es— dijo Zeus con una mueca.

 Su mirada estaba cargada de aflicción, como si ya estuviera eligiendo las flores para mi ataúd.

— Ese es el final del capítulo— anunció Poseidón con un suspiro.

— Yo quiero leer— anunció Démeter con una sonrisa.